• Francotiradores en Malvinas


    El primer francotirador de que se tiene registro durante el conflicto de Malvinas, fue uno inglés el mismo 2 de abril, años después de concluido el conflicto, contaría entre otras cuestiones tal momento, en un nota realizada por el diario Clarín:

Publicado el 24 Enero 2024  por


Francotiradores en Malvinas
 

 

El primer francotirador de que se tiene registro durante el conflicto de Malvinas, fue uno inglés el mismo 2 de abril, años después de concluido el conflicto, contaría entre otras cuestiones tal momento, en un nota realizada por el diario Clarín:

 

“Fui con otros suboficiales adelante de la agrupación, y en la primera casa ya habíamos quedado combinados que íbamos a hacer combate de localidad; por lo tanto, rodeamos la casa. Fui por el frente y tomé a un francotirador de los ingleses que nos estaba esperando. Se sorprendió porque lo agarré desde atrás de una ventana. El soldado en cuestión estaba cubriendo el camino por donde venían los nuestros. Lo saqué afuera, lo dejé cuerpo a tierra, tiré la munición y el fusil e hice una señal de apoyo para que lo cubrieran por el fuego. Seguí adelante; hasta ese momento se escuchaban pocos disparos. Muy próximo a la casa del gobernador había unos matorrales muy tupidos y pastizales. Y un caminito donde habían puesto trampas cazabobos. Tomé entonces a dos Royal Marines que nos estaban esperando con todo. Se veía que estuvieron toda la noche aguardando nuestra llegada bien pertrechados y armados. Esta gente se sorprendió mucho. Luego, dejé a los prisioneros a cargo de otro comando que vino un apoyo y seguí hasta la casa del Gobernador”.
 

Malvinas tuvo un empleo especial en cuanto a los tiradores de élite. Se trataba de un terreno en su mayor parte deshabitado, con malas comunicaciones y posibilidades casi nulas de vivir del terreno. Es por ello que el francotirador independiente, que actuaba en solitario con independencia de sus unidades propias, fue un uso poco experimentado. en lugar de ello, los tiradores especiales permanecían con sus unidades, actuando cuando eran requeridos para "solucionar los problemas a medida que se iban presentando", en palabras de Pegler.

El sentimiento de superioridad propio del oficio, entre los francotiradores británicos, pronto desapareció frente a la muestras de pericia argentina. Como sucedió en otras guerras, aun soldados sin preparación especial, pero dotados de un innato sentido para la puntería y el ocultamiento, demostraron ser piezas siempre difíciles de atrapar, a la par que su peligrosidad comenzó a tomar ribetes de leyenda, como en el caso de Pedro en las luchas por las alturas previas a Puerto Argentino.

Ken Lukowiak cuenta de un francotirador argentino que desde el extremo sur del campo de aviación, en Darwin, los en sus orificios en un banco de turba, hasta que llegó un miembro del pelotón de francotiradores de la compañía de apoyo, el cual lo ultimó a una distancia de unos 1000 yardas.

Contarían sobre esa misma batalla dos paracaidistas que uno de sus compañeros había retrocedido  “bajo el fuego para recoger el cinturón de un soldado que contenía 100 cartuchos. Repentinamente, dio un grito y cayó al suelo. Un disparo de un francotirador le atravesó el cuello… cuando golpeó el suelo con su cuerpo ya estaba muerto”, contarían al The Sunday Times Insight Team. Nunca supieron de donde o quien había efectuado el disparo tan certero.

Frente a la peligrosidad de los snipers argentinos, que eran maestros en disparar y refugiarse entre las piedras, los británicos no quisieron tomar riesgos, y hacia el final de la guerra, no enfrentaban a los francotiradores con otros de su tipo, sino que buscaban de destruirlos utilizando misiles antitanques. 

El método británico para suprimir francotiradores, provenía de largo tiempo atrás y en un escenario que no podía resultar más disímil al de Malvinas. Había ocurrido en la calurosa Adén, en 1967 y en un ambiente de combate urbano. Un francotirador, tan escurridizo como sus homólogos argentinos tiempo después, se había refugiado en una casa, haciendo fracasar, uno tras otro, todos los intentos de los francotiradores del 42º Comando de los Royal Marines de neutralizarlo. Hartos de no acertarle con sus fusiles de precisión, dispararon a la casa con un lanzagranadas contracarro Carl Gustav. Se trataba de un arma que disparaba granadas de poco más de dos kilos y medio a una distancia de 1.000 con efectos obviamente desbastadores para cualquier ser humano. Dicha arma fue también utilizada en Malvinas, aun cuando lo fue en menor medida que el misil antitanque Milan, destinado a suprimir bunkers y empleado también para acabar contra tiradores especiales argentinos especialmente duros, aun cuando se ocultaran en posiciones fortificadas. 

Gran Bretaña equipó inicialmente a sus francotiradores en Malvinas con el fusil L-42, que en realidad era diseño basado en el fusil Lee Enfield Nº 4 de la segunda guerra mundial, adaptado al calibre 7,62 mm y equipado con un cañón más pesado, manteniendo el antiguo visor de tres aumentos de éste. Con un peso total de 5,6 kg era cerca de medio kilo más pesado que el arma a la que reemplazó.

Su desempeño no fue feliz en los combates en las islas. Frente a los rigores del clima cuasi antártico, sus telescopios se empañaba, los tambores de ajuste presentaban problemas y el funcionamiento del cerrojo comenzaba luego de un tiempo a realizarse sólo forzadamente.

Sobre todo respecto de las miras telescópicas, éstas se sellaban de forma especial para impedir que penetrara la humedad, y se ubicaban dentro de cubiertas protectoras de cuero hasta el mismo momento de empleo, a más de cubrir la boca del fusil con cinta aislante. Pero ninguna de tales prevenciones, pareció ayudar mucho. 

 

"Un francotirador de infantería dijo que este fusil se bloqueaba con tanta frecuencia que, en un acceso de irritación, lo tiró a un riachuelo y se hizo con un Fal argentino, que utilizó durante el resto de la campaña y le funcionó sin ningún fallo", comentará Pegler en la parte de su obra dedicada a los tiradores de élite en Malvinas.
 

 
 
 
 

Respecto de los argentinos, y su armamento, se utilizaron varios sistemas de armas, incluido el máuser modelo argentino con visores de puntería. Por caso, la compañía de Comandos 602 utilizó unos diez Máuser en calibre 300 Winchester Magnum con mira telescópica.  El más utilizado de todos fue el propio fusil FAL, con el aditamento de diversos sistemas de puntería, que se comportó de forma inmejorable frente a los rigores del clima. Algunos oficiales llevaron sus propios fusiles particulares, armas civiles para caza mayor, como el Remington 700, o el Weatherby 300. No obstante ello, en opinión de quienes han estudiado la cuestión como es Pegler uno de los mejores sistemas argentinos fue el fusil estadounidense National Match M 14 equipado con un visor nocturno de la misma procedencia AN/PVS-2. "Con ese conjunto, muchos francotiradores argentinos pusieron en serios aprietos a las fuerzas británicas en los ataques nocturnos". 

Durante los combates por Monte Harriet, la compañía L de los infantes de marina británicos tardó cinco horas de combate ininterrumpido en avanzar poco más de 600 metros, siendo en todo momento hostigados por un tirador nocturno. Cuando finalmente pudieron batirlo, cayeron en la cuenta que quien tenía esa precisión terrible, era un soldado conscripto de infantería.

Es que muchos de los mejores francotiradores argentinos durante la contienda, no proveían de fuerzas especiales, ni habían tenido entrenamiento especial para ello. Eran simples oficiales, suboficiales o soldados, equipados con un FAL con mira de luz residual y muy buena puntería, que se revelaron en la batalla, terriblemente eficaces. 

No pocas veces, uno de ellos paralizó el avance de toda una compañía británica, o  diezmó a sus secciones con sus disparos.

Como cuentan Jofre y Aguiar, los francotiradores que los británicos refirieron les habían provocado bajas y el estancamiento del avance en las primeras etapas del ataque a monte Longdon, no eran “tiradores especiales, sino fusileros con anteojos de visión nocturna”.

En la misma batalla, cuando aproximadamente a las 5 de la mañana el soldado conscripto Horacio Cañeque, vio como algunos paracaidistas avanzaban hacia el puesto de comando de la compañía, sobre su flanco derecho, les diparó con su FAL, en cuyo cargador había puesto un proyectil trazante cada dos comunes para precisar la puntería en la noche. Y como escuchaba gritos y órdenes en inglés y sabia ese idioma, empezó a insultarlos en la misma lengua.

“Los insultos son lo primero que se aprende y yo tenia una pronunciación norteamericana bastante buena. Insulto a los gritos, vociferando, durante un rato. Tal vez por acciones como esta, los ingleses luego dirían que en Malvinas hubo American Special Forces o American Snipers", recordaría después en la obra Así Peleamos.

El hecho prueba las dudas, temores y disquisiciones que los tiradores argentinos provocaban en las mentes de los soldados británicos, aun siendo éstos militares profesionales. 

Tal era la ofuscación, rabia, impotencia y furia que los francotiradores argentinos producían en los británicos, que éstos inclusive no les guardaban el respecto debido en virtud de la Convención de Ginebra una vez tomados prisioneros. 

Adrian Weale y Christian Jennings expusieron, en su libro “Green Eyed Boys” que tras la batalla de Monte Longdon se produjo el fusilamiento de un soldado argentino herido. 

El suboficial Gary “Louis” Sturge, estando en la tarea de enterrar a los caídos en combate, encontró un conscripto argentino vivo y luego de alejarse del grupo, desenfundó su arma y lo apuntó con ella, para luego dispararle. De nada valió que el prisionero herido le pidiera que no lo hiciera, o le mostrara su crucifijo, mostrándole que era también cristiano. Los gritos llevaron al capitán Anthony Mason hacia el lugar, viendo como el soldado argentino era baleado en la cabeza y caía sin vida al suelo. Al increpar a Sturge respecto de lo que había hecho, éste simplemente le contestó que “era un francotirador”.

A más de la cuestión inherente al crimen de guerra que supone ajusticiar a un prisionero desarmado y herido, el hecho muestra los sentimientos en no pocos soldados ingleses, que la efectividad de los tiradores de élite argentinos provocaba. 

Uno de quienes experimentaron en carne propia la precisión de los tiradores especiales argentinos, fue el teniente Robert Lawrence, durante el combate de Tumbledown, cuando trataba de tomar con sus hombres un área de administración y abastecimientos argentina en dicha elevación.

Como suele suceder en el fragor de los combate, no se cae en la cuenta que uno es blanco de un tirador especial, hasta que es demasiado tarde. En dicha ocasión, uno de los hombres que avanzaba con el teniente Lawrence, el guardia escocés de la reina McEnaggart se le volvió para decirle: 

-Disculpe señor, pero creo que me han herido.

El teniente estaba por decirle que no dijera estupideces, cuando observó que había sido rozado por una bala en el hombro derecho. 

Luego de ello, mientras caminaban, él fue el siguiente blanco. Y como lo contaría en el libro de su historia personal: "Ocurrió segundos más tarde. Sentí un estallido en la parte posterior de la cabeza y creí haber sido embestido por un tren y no alcanzado por una bala. En realidad se trataba de una bala de alta velocidad que se trasladaba a una velocidad de 3800 pies por segundo y la onda de choque y turbulencia del aire fueron las causantes de tanto daño. Eso lo supe después. En ese momento todo cuanto supe era que mis rodillas habían desaparecido y caí al suelo, totalmente paralizado".

El disparo le atravesó su cabeza. Pudo recuperarse, si bien arrastró consecuencias a nivel de motricidad no menores.

La unidad cuyos francotiradores fueron más respetados por los británicos, fue la del 7º Regimiento de Infantería durante el combate de monte Longdon. Una vez más, la combinación del fusil de asalto FAL con aparatos para visión nocturna estadounidenses, se reveló devastadora. Una compañía inglesa entera, fue detenida por horas en su avance por la acción de un solo de estos tiradores. “Los hombres se encontraron batidos más de una vez por el mismo francotirador, un terrible tributo a la precisión del fuego de los argentinos”, dirán luego en su obra Max Hasting y Simón Jenkins.

Entre los tiradores argentinos que se destacaron en la guerra, muchos fueron héroes anónimos, que combatieron hasta morir, aislados de sus unidades, protegiendo su repliegue o, simplemente, negándose a rendirse. Es por ello que algunos de sus nombres, aun al día de hoy son desconocidos.

Sin embargo, de entre los conocidos, se destaca el  Cabo 1º de la infantería de marina Carlos Rafael Colemil, en los combates de Monte Longdon.  Este Chubutence pertenecía a una compañía de ametralladoras, pero se reveló un tirador emboscado sobresaliente en tal lucha. 

Durante tales combates, también ganaría su apodo. Una bala inglesa le cortó a lo largo de su cabeza, por el cuero cabelludo. Por la cicatriz que le quedó, le pusieron "alcancía". Al quedar aislado de los suyos y rodeado por los ingleses durante el combate nocturno, pese a la herida, vendada muy improvisadamente, se dedicó a sembrar la confusión entre los ingleses, movilizándose cuerpo a tierra entre las piedras, con un FAL con visor nocturno. No se sabe cuántos eliminó, deteniendo el avance por horas, antes de escabullirse a las líneas argentinas, luego de haber agotado tres cargadores de veinte tiros cada uno en su tarea.

 

 


 

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