Avanzada en las agresiones británicas =Respuesta argentina =Los documentalistas franceses y el Teniente Astiz
Las febriles y agitadas negociaciones que se sucedieron para llegar a un acuerdo diplomático se vieron interrumpidas por la intransigencia británica y el 25 de marzo, los ingleses anunciaron que no tratarían más la cuestión de la soberanía sobre las islas y que solo atenderían los deseos de los Kelpers, disfrazando de legalidad, el derecho a la autodeterminación de los mismos.

Ese mismo día comenzó a enviar buques de guerra hacia el Atlántico Sur. Desde el Puerto chileno de Punta Arenas zarpó el transporte “RRS Brandsfield” con destino a Puerto Argentino para reforzar la Guarnición Militar, desde Portsmouth (RU) dos submarinos nucleares y desde Gibraltar (España) dos destructores, también con destino Malvinas.
Cabe agregar que ese mismo día, Gran Bretaña, a través de su Primer Ministro Margaret Thatcher, decide alistar siete buques de guerra que se encontraban realizando ejercicios en Gibraltar, para llevarlos a las islas. Se aprovisiona con alimentos y armamentos para 70 días a los buques ingleses de Gibraltar para enviarlos al Sur, ellos son las Fragatas y Destructores: HMS Antrim, HMS Arrow, HMS Brilliant, HMS Coventry, HMS Glamorgan, HMS Glasgow, HMS Plymouth, HMS Sheffield. Se dirigirían rumbo a Ascensión el día 2 de abril. Es la denominada “Flota de Avanzada”.
Una nueva declaración de guerra, con otro nuevo movimiento de tropas.
Según “The Manchester Guardian”, el viaje de los chatarreros a Puerto Leith había sido planeado por el gobierno argentino para calibrar la reacción británica, noticia con la que coincidieron varios órganos de prensa del país.
En el parlamento inglés, el diputado conservador John Stokes, exigió el envío de buques de guerra hacia el Atlántico Sur a efectos de preservar los territorios de ultramar de nuevos intentos de ocupación, pedido desestimado porque, al menos todavía, se lo juzgaba improcedente.
Por otra parte, el incidente de las oficinas de LADE no tuvo casi repercusión en el Reino Unido pues, a decir verdad, se trató de un hecho insignificante que la tendenciosa prensa argentina había exagerado en extremo.
Lo que ocurrió fue que, aprovechando la oscuridad, una vez que los empleados se hubieron retirado, una o varias personas forzaron la cerradura e ingresaron al local para colocar una bandera británica sobre la argentina y escribir con pasta de dientes “Ojo por ojo ladrones”.

En Grytviken (Georgias), el buque británico “Endurance” había desembarcado a 22 “marines” y se había alejado de la zona, permaneciendo además 13 civiles pertenecientes a “British Antartic Survey”, que constituían la población semi-permanente de la Isla.
Los movimientos británicos se encontraron con una serie de contramedidas argentinas: las corbetas ARA Drummond (P-31) y ARA Granville (P-33) fueron desplegadas entre las Malvinas y las Georgias del Sur, quedando en posición de interceptar al HMS Endurance y rescatar cualquier personal argentino que llevara a bordo.

Ante la escalada de los acontecimientos, el gobierno argentino decide dar un paso adelante y crea un Comando único para conducir dos Operaciones identificadas una con el nombre de “Azul” (posteriormente conocida con el nombre de Operación Rosario) y la otra como Operación “Georgias”, nombrando el 25 de marzo como Comandante al General de División Osvaldo José García, quién expuso el 26 de marzo el Plan de Operaciones.
La decisión de ocupar las Islas Malvinas tenía por objeto:
- AFIRMAR Y DEFENDER la posición argentina en Georgias.
- IMPEDIR que Gran Bretaña militarizara las Islas y estableciera un sistema de defensa naval y aéreo en ellas.
- IMPEDIR el refuerzo e la posición británica en la zona, ya que esto incidiría en forma negativa sobre los derechos, estrategias, posiciones y objetivos de Argentina en el Atlántico Sur y en Antártida.
- ACTIVAR las negociaciones y MEJORAR la posición negociadora Argentina.
Lo que sin embargo impresionó más el día 25 de marzo en Buenos Aires, fue la recepción de una información con respecto a un texto moción presentado el día 24 de marzo en la Cámara de los Comunes. El cable 656 de Londres retransmitió el mismo texto:
“Título del texto moción: Las Islas Falklands. Se pide:
Que esta Cámara, estando sumamente preocupada por las implicaciones evidentes como resultado del desembarco de un grupo de personas en las Georgias del Sur -dependencia de las Islas Malvinas- llevado allí por un barco de transporte naval argentino, pide al gobierno de su Majestad que dé todas las seguridades de que se mantendrá en estación en el área una fuerza de la Marina Real lo suficientemente fuerte como para repeler cualquier intento del Gobierno Argentino de anexar esta colonia británica a la fuerza. Además, pide al gobierno de su majestad que declare en términos inequívocos que la soberanía de las Islas Malvinas no será transferida a ningún gobierno extranjero, a menos que así lo pidan los isleños por medio de un referendo”.

Los documentalistas franceses y el Teniente Astiz
El 25 transcurrió tranquilamente, sin ninguna novedad, por lo que esa noche, los documentalistas del “Cinq Gars Pour” se retiraron a descansar, sin sospechar que nada raro estuviese ocurriendo. El último en hacerlo fue el mismo Briez quien, antes de recostarse en su litera, subió a cubierta para hacer una verificación de rutina. Una vez fuera, pese a la obscuridad imperante, creyó distinguir a lo lejos la silueta de un buque.
Un sentimiento de extrañeza lo invadió súbitamente. El “Bahía Buen Suceso” que había zarpado hacía menos de 48 horas, se hallaba de regreso. “¿Porqué razón habrá vuelto?” se preguntó intrigado, sin saber que aquella embarcación no era la que creía sino el “Bahía Paraíso”, transporte polar de la Armada Argentina que al mando del capitán de corbeta Ismael J. García, llegaba de incógnito a la bahía Stromness. No tardaría mucho en averiguarlo.
Lo que Briez no alcanzó a distinguir fue una barcaza que se acercaba silenciosamente a su yate. Ruidos extraños en el sector de la proa lo pusieron en alerta y antes de que se diera cuenta, tenía sobre cubierta a un poco amistoso grupo de hombres vestidos de negro, con los rostros cubiertos de betún, gorros de lana del mismo color, fusiles automáticos y granadas colgando de sus correajes.
Briez se asustó al verlos avanzar haciendo retumbar la cubierta con sus borceguíes mientras lo encandilaban con sus linternas.
–¡¿Hay algún equipo de radio a bordo?! – preguntó en tono imperativo el que avanzaba en primer lugar.
El francés respondió que solo disponía de un radio convencional de no muy largo alcance y nada más. Los incursores le dijeron que bajo ningún punto de vista debía utilizarlo sin autorización y agregaron que de nada tenía que preocuparse en tanto cumpliese con las directivas que se le impartiesen. Agregaron que estaba terminantemente prohibido sacar fotografías y acto seguido se retiraron, abordando el pequeño lanchón de goma en el que habían llegado.
Briez pasó aquella noche muy preocupado, lo mismo sus compañeros, que algo comenzaban a intuir. A la mañana siguiente, muy temprano, el cineasta no pudo con su genio, subió a cubierta cargando su equipo de filmación, se ocultó debajo de un bote Zodiac que tenía a bordo y comenzó a filmar el desembarco de tropas, armamento y suministros, tarea que le llevó a los argentinos toda aquella jornada.

Los recién llegados formaban parte del Grupo “Alfa”, una avanzada de la invasión a los archipiélagos australes integrada por catorce efectivos de elite conocidos como “Los Lagartos”, quienes habían embarcado en Ushuaia, el 28 de febrero.
Briez y su gente se quedaron a bordo durante todo el día, temerosos de lo que estaba aconteciendo. Sin embargo, al llegar la noche, un grupo de chatarreros los invitó a cenar y ellos accedieron.
La cena tuvo lugar en el viejo hospital del poblado donde, al entrar, los franceses se encontraron a sus anfitriones junto a las tropas recién llegadas, todos vestidos de civil. Ni bien ingresaron, Patané se les acercó y los condujo hasta uno de los rincones del salón donde les presentó al jefe de la sección, un joven apuesto, alto, muy rubio y de enigmáticos ojos azules que los saludó con mucha corrección; era el teniente de fragata Alfredo Astiz.
Astiz era comandante de Los Lagartos, el grupo comando que el 29 de enero de ese mismo año había comenzado su adiestramiento en bases del sur y que embarcó un mes después en Ushuaia para completar su instrucción en las islas Orcadas, durante la campaña antártica del “Bahía Paraíso”.
Aquella helada noche en Puerto Leith, Briez, Astiz y los jefes del grupo de chatarreros conversaron amigablemente sobre varios asuntos. Eso le permitió al cineasta comprobar el elevado grado de cultura y buena educación de su compañero de mesa, el teniente Astiz quien, según sus palabras, parecía más un abogado de ideas liberales que un soldado.
Astiz, que había trabajado como espía en Londres y París y fue agregado naval en Sudáfrica, habló mucho aquella noche, entre otras cosas, de los buenos recuerdos de su estancia en la capital francesa, de su experiencia sudafricana y de su etapa londinense. Fue, prácticamente el centro de la reunión hasta que la cena acabó y todos se retiraron a dormir.
A la mañana siguiente Briez regresó al pueblo y para su sorpresa, encontró a Astiz y sus marinos vestidos con ropas de camuflaje y boinas verdes, fuertemente armados e incluso listos para entrar en acción.
El oficial no era le mismo hombre conversador y agradable de la noche anterior sino un individuo serio y distante que mientras observaba a sus hombres colocar minas en torno a la población, le informó al francés, en tono grave, que por el momento le estaba prohibido abandonar el lugar. Briez comprendió, preocupado, que aquella gente se preparaba para entrar en combate y por esa razón le preguntó a Astiz si valía la pena iniciar una guerra por unas inútiles islas de roca y hielo, perdidas en los confines de la Tierra. El marino se limitó a responder que solo cumplía órdenes y enseguida regresó a su rutina.
En su diario de viaje, el cineasta apuntó una observación extremadamente interesante: aquello parecía una película de aventuras, incluso de ficción, sensación a la que contribuían el siniestro paisaje circundante, el clima polar y aquel pueblo abandonado entre las montañas y el mar.
Mientras eso acontecía en Puerto Leith, desde las laderas circundantes militares y científicos británicos observaban atentamente los movimientos del grupo.